Desde mediados del siglo XIX, el West Side de Manhattan alberga una vía de tren conocida popularmente como 'Avenida de la muerte'. Fue bautizada por los neoyorquinos con este sugerente y truculento nombre por la gran cantidad de colisiones, atropellos y otros accidentes que allí tenían lugar.
En la década de los 20, las autoridades decidieron tomar cartas en el asunto, y construyeron una vía elevada que garantizara el transporte de mercancía industrial sin poner en peligro la vida de las personas: la High Line.
La reconversión industrial quiso que este viaducto poco a poco fuera cayendo en desuso, hasta su total abandono. Mientras las fábricas y naves que la rodeaban iban convirtiéndose en 'lofts' y viviendas de lujo, la vía permanecía ahí, cada vez más escondida por la vegetación que crecía a sus anchas. Y claro, los especuladores posaron sus ojos en sus golosos dos kilómetros de longitud.
No contaban con la presión de la asociación Friends of The High Line, una suerte de ejército de inexpugnables galos, formado por vecinos de la zona, que luchó contra viento y marea para evitar la demolición.
De esa lucha surgió la idea de 'reciclar' la infraestructura, con objeto de convertirla en un espacio para el encuentro y para albergar 'performances' y muestras artísticas. Un proyecto que busca la recuperación de infraestructuras en desuso para favorecer la 'recuperación urbana', enmarcado en la actual corriente de arquitectura 'verde'. (...)
Referencias: El Mundo, The High Line
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